Trabajo de campo en limite entre Perú y Chile.

El equipo viajo por una semana al campamento de la residencia Hawapi, en la frontera entre Chile y Perú. El trabajo se desarrolló en el “triángulo terrestre”, un territorio en disputa entre ambos paises. Ahí realizaron acciones de demarcación que buscaban reclamar el territorio, las cuales tuvieron inesperadas consecuencias con los habitantes de la localidad vecina (Santa Rosa).

El segundo territorio explorado fue el llamado triángulo terrestre, disputado por Chile y Perú y reclamado como propio por ambos países. Nos instalamos allí junto a un grupo de 15 artistas de varios países en abril del 2017. Llegamos precavidos, sospechosos y temerosos por el potencial peligro del lugar. Nos preocupamos primero por resolver la logística y la protección personal, tener suficiente agua potable, protegernos del sol, acostumbrarnos al horario de comidas y lograr dormir. Notamos rápidamente que no habían muchos lugares cómodos para estar en soledad. Propusimos una acción colectiva que consistía en señalar lugares en los alrededores del campamento liberados de minas antipersonales. A través de varillas, palos y ramas intervenidas con cinta reflectante, demarcamos un límite que permitiese a toda hora – especialmente durante la noche – identificar las zonas donde se pudiese transitar sin temor. El conjunto de estacas improvisadas fueron construyendo así un diagrama en el territorio, un registro de nuestros recorridos más comunes que hacían visible la manera en que estábamos ocupando el este espacio.Una vez instalados, los días transcurrieron en forma plácida: la playa, el clima paradisíaco, la calma y el silencio. Habíamos formado un grupo preocupado de su quehacer, de colaborar con la actividad del otro, organizados en los niveles domésticos y sólo ocupados de participar de la “ciudadela utópica” (Alarcón y Saavedra, Triángulo Terrestre, Catálogo HAWAPI 2017) que habíamos logrado crear. Pero fue justo entonces cuando apareció por el borde de la playa una camioneta municipal blanca, con funcionarios acusándonos de estar invadiendo el territorio para apropiarnos de él. Nuestro campamento en la frontera también provocó reclamos por parte de los pobladores del contiguo poblado peruano de Santa Rosa, lo que se tradujo en más presiones determinantes para nuestra expulsión del área. Lo publicado por la prensa local era una mentira-verdad, en el sentido de abrirnos los ojos a una manera de ver las cosas que no era falsa. Por tratar de habitar un territorio de forma transitoria, nos convertimos – a ojos de quienes lo habitan – en invasores de ese lugar.